martes, 7 de abril de 2015

Vacuum

Me resulta una atrocidad indescriptible la sensación espontánea de vacío. Hacía mucho que no sentía sus efectos. Analizando la fugacidad con la que ésta llegó y la resistencia que posee para irse, he determinado que alcanza su mayor potencial tras una situación de éxtasis. 
De repente, algo inquietante y adictivo altera la rutina despojándola de todo su significado para ofrecerle el de novedad en su lugar. La tarde ocurre aparentemente bajo la normativa de lo antinatural y la magia de la realidad contrastada. Los ojos se centran en fundir la caótica situación en un mundo acogedor y casi placentero, debatiéndose entre asumir que sí está pasando pero que ocurre bajo la ley física del ocaso que sufre todo sujeto. Más simple, todo lo bueno se acaba, todo se acaba (sin atribuirle ni la más mínima gota de pesimismo). 
Cuando en la noche se alcanza el máximo de la función solo queda la caída. La caída desemboca en el vacío. 
Yo veía desaparecer cuesta abajo toda ilusión de mi sangre a la par que me declaraba victoriosa por romper el día a día tan brutalmente. Y no estaba triste, no era decepción, era el puto vacío. Y ese vacío tenía nombre y apellidos. Era la sensación que describía  a la perfección el más maravilloso vuelo de un ave que contemplas atónito cuando no te queda más remedio que dejarlo libre tras haber descansado en tu mano. Lo quieres hacer tuyo, pero en realidad nunca lo ha sido. Sólo queda esperar o en su defecto incitar a que ese pájaro vuelva a elegir tu mano y aceptar su segunda huída. Tu segundo éxtasis, tu segundo vacío.

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