sábado, 22 de agosto de 2015

Neptuno Uno

Te dije: -cuéntame algo bonito- y cerré tu conversación. Estoy en la tercera planta de un hotel mediocre y único en toda la playa, primera línea con vistas al chiringuito. Es demasiado cutre como para alcanzar las expectativas de mi madre pero necesario para marcar el "quiero y no puedo" conformista de la clase media. Yo sobrellevo melancólicamente la no despedida con el patriarca y doy gracias por un minibar impotente y un aire acondicionado poco condicionado a la higiene (siento como escupe sus años sobre nuestros cuerpos).
Cada verano que paso aquí asumo mi ingreso en un geriátrico, algo que me resulta reconfortante ya que la gente curtida en días me hace cuestionarme el aprovechamiento de los míos. El ambiente de tercera edad se rompe gracias a los alaridos en forma de reggaeton (comercial o no -eso ya es otro rollo-) que salen de los motores que cogen la curva final del paseo.
No paro de mirar el mar. Echo de menos hacer windsurf y envidio a los aprendices fugaces que se dejan ver en la estepa azul. Me acuerdo cuando me presentaron a Viento. Nos costó varios veranos pero nos hicimos amigos. Sobre la una, de lunes a sábado quedábamos en mitad del Mar Menor para echar carreras. Me daba ventaja dejándome llevar una vela. Yo me reía. 
Quiero la okupación del antiguo restaurante Floridablanca, ahora sólo es un barco que flota sin capitán. Me recuerda a mí. Me recuerda a ti.

Llevo tiempo queriendo conocer la parte débil de las personas pero nunca sé cómo formular la pregunta. Me atrae ver cómo no se pierde la humanidad entre las vanidades del trascendentalismo y la utopía a pesar de que las segundas me atraigan menos refrenablemente. 

-Quiero saber de tus heridas para poder llorarte, si tú lloraste por ellas y la lluvia me devuelve una lágrima de tu verde, qué detendrá pues el reencuentro de tu llanto con el mío, si de tantas llaves que lanzaste al frío, yo fui a caer en tu caliente.-